Cuando se lee que el Reglamento Interno de esos centros recoge como algo de lo más normal el uso de la fuerza, de las porras de goma ( que no sabemos por qué llaman defensas, cuando son medios de ataque, generalmente), de los grilletes y de la inmovilización física, y todo ello ideado para niños y jóvenes que no han cometido delito alguno, a cualquier persona mínimamente sensible tiene que dolerle el corazón y tiene que sublevarse contra quienes son capaces de todas las monstruosidades que es de suponer que se cometerán cuando se utilizan tales medios. Además, el informe de Enrique Múgica no deja dudas a este respecto, pues está redactado con toda la claridad y toda la crudeza que convienen en estos casos. Es muy evidente que a esos muchachos se les está destruyendo psicológicamente, y en algunos casos físicamente, puesto que se producen suicidios ( ¡cómo no!) , y detrás de cada suicidio hay uno o varios asesinos, que han empujado al suicida a tomar tan fatal decisión; más claro es esto, aún, cuando el suicida es, por su edad, mucho más vulnerable en todos los aspectos. Y se trata, repetimos, de niños y jóvenes que, normalmente, no han cometido ninguno de los llamados delitos o faltas por el Derecho Penal de la burguesía, sino que son los miembros más débiles de familias de cuya desestructuración no son en absoluto culpables. Para los niños y jovenes a los que se tacha de delincuentes, existen otros centros que -a la vista de cómo son éstos de supuesta protección de menores- es fácil imaginar que brindarán a sus internos unas condiciones de vida aún más horribles.
En esta España donde tan fuerte arraigo han tenido siempre las ideas libertarias, no ha existido ningún momento en la Historia -desde la llegada de Giuseppe Fanelli, en 1868, por referirnos sólo al anarquismo moderno- sin que las prisiones hayan contado con anarquistas y anarcosindicalistas entre sus muros, en mayor o menor número según las épocas. Los militantes del movimiento libertario español han cumplido, en conjunto, millones de años de cárcel, y ello nos hace mucho más sensibles al dolor que tienen que experimentar esos adolescentes recluidos en auténticas cárceles -y con el peor régimen posible-, a pesar de que se les denomine eufemísticamente centros de protección de menores. Los compañeros que han conocido las cárceles saben que, durante la Dictadura franquista, jóvenes que conocían los reformatorios cuando eran nuevamente detenidos intentaban, mintiendo en la edad si estaban indocumentados, que les llevaran a la cárcel antes que a alguno de los centros de reforma que tan bien conocían, para su desgracia, pues se sentían más seguros y respetados en la cárcel propiamente dicha que en esos lugares, aún más siniestros en los que eran sometidos a todo tipo de abusos, vejaciones y sevicias.
Es imposible rehabilitar y reinsertar a un ser humano con tales métodos, pero en el caso de los centros de protección, en los que el protegido no ha cometido hecho reprobable alguno, la rehabilitación es claramente innecesaria. En todo caso, lo que habría que hacer, desde la infancia, sería educar a los hombres en los sentimientos de fraternidad y de respeto recíproco, como escribió Errico Malatesta. Evidentemente lo que parece claro es que para el Estado no se trata de mejorar éticamente a los individuos más jovenes de nuestra sociedad, para así lograr la mejora de ésta, sino de someterlos mediante el miedo (o, lo que es lo mismo, mediante la práctica del terrorismo), para así domesticarlos y convertir en obedientes y mansos a los que no se haya conseguido amansar a través de la familia autoritaria y del sistema educativo.
La experiencia demuestra que los niños que pasan la infancia en esas siniestras instituciones que dicen protegerlos, sean públicas o privadas, pasan de ellas a los correccionales, reformatorios, centros de detención de menores, o como los quieran denominar, y de éstos a las cárceles. Es así en la inmensa mayoría de los casos, y no se trata de un fenómeno nuevo, sino que ha ocurrido siempre lo mismo, con independencia del momento histórico.
Los anarcosindicalistas de la CNT –organización que se considera a sí misma el embrión de una nueva sociedad futuradebemos luchar contra las cárceles, cualquiera que sea el nombre que reciban e, independientemente, por supuesto, del sexo o edad de sus forzados moradores; más aún cuando se trata de seres humanos tan jóvenes. Como dijo Kropotkin, en su famosa conferencia Las Prisiones, que pronunció en París en 1890, no es posible mejorar las prisiones; no hay absolutamente nada que hacer, sino demolerlas.