La génesis del plan Bolonia

El Proceso de Bolonia nació en el año 1998 a expensas de un acuerdo firmado por los ministros de educación de Inglaterra, Francia, Alemania e Italia en un intento de sentar unas bases para equiparar los títulos universitarios expedidos por las universidades de estos países con el objetivo de facilitar la movilidad de estudiantes y profesorado debido a las grandes diferencias existentes entre los sistemas educativos de estos países. Un año más tarde otros 24 ministros de educación de países europeos decidieron sumarse al acuerdo establecido entre las cuatro principales potencias del continente sentando las bases del Espacio Europeo de Educación Superior (EEES) en la Declaración de Bolonia en un nuevo ejemplo de hípereuropeísmo, en un intento de establecer una universidad a la americana olvidando que los pretendidos estados unidos de Europa no corresponden con los norteamericanos.

Las líneas directrices de este trascendental cambio en el sistema de educación superior europeo se concentran en cuatro páginas formato A4 que conforman la Declaración de la Sorbona. En ella se aboga por “un área europea abierta a la educación superior… que permita acabar con las fronteras y desarrollar un marco general de enseñanza y aprendizaje respetando siempre la diversidad”, “facilitar a los universitarios el acceso a gran variedad de programas, a oportunidades para llevar a cabo estudios multidisciplinares, al perfeccionamiento de idiomas y a la habilidad para utilizar las nuevas tecnologías informativas”, “el reconocimiento internacional de las titulaciones” y “facilitar tanto la movilidad estudiantil como las oportunidades de empleo”.

Las carencias del plan

Los objetivos planteados como la eliminación de barreras entre universidades parecen beneficiosos y hasta coherentes. Entonces, ¿a qué se debe tanto revuelo en torno a este proceso? En primer lugar se debe a que Bolonia no cumple los objetivos que se plantea. Bolonia dice ser la movilidad tanto de titulados como de estudiantes. Pero Bolonia no es la movilidad, sino un proceso para intentar conseguirla. La validez europea de los títulos ayuda a la movilidad, pero poco. Las barreras del idioma y de la diversidad institucional no los suprime Bolonia. Además los títulos, aunque se validen a nivel europeo, no son equivalentes, ya que los programas de estudios de las distintas universidades europeas son diferentes. Bolonia  propone una perdida de calidad en la enseñanza. Según Julio Carabaña, profesor de Sociología de la Educación de la Universidad Complutense de Madrid, la solución a este problema pasa por seguir haciendo lo que se hace hasta ahora, validar titulo por titulo. Tampoco sirve para facilitar la movilidad de los estudiantes, porque no homologa los estudios. No hay una uniformidad en los planes de estudio. Además se suprime el examen final, única manera de conseguir esa uniformidad. Además en la universidad actual existe un programa de movilidad similar al que plantea Bolonia, el programa Erasmus, que está funcionando con bastante éxito. La medida, cuanto menos, es estúpida.

En segundo lugar, Bolonia plantea deficiencias en la organización mediante el ECTS. Éste se expresa en horas de estudio y no en horas de clase. Es una unidad de medida oficial que varia según los países firmantes. Se inventó en los programas Erasmus debido a que los estudiantes alemanes e ingleses tienen menos horas de clase que los franceses o españoles (un curso español equivaldría a dos alemanes).  Su función es que los países no tengan que cambiar su tradición docente. A efectos prácticos, la unidad real equivale al año de estudios, o lo que es lo mismo, a 60 créditos. El ECTS es una trivialidad. El suplemento europeo al título es otro de los cambios que plantea Bolonia. Muestra únicamente las materias cursadas para obtenerlo, es decir, una nueva forma de llamar el expediente académico actual. No resulta muy probable que un particular pida el expediente académico al ingeniero que va a contratar, así que esta medida solo es efectiva para las empresas. Además el plan Bolonia no hace ninguna alusión a la didáctica

El desastre Bolonia en la Universidad española

La adhesión del estado español al EEES hunde sus raíces en 1999, en la firma de Jorge Fernández Díaz, Secretario de Estado de Educación, Universidades, Investigación y Desarrollo, de la declaración boloñesa sin haber alcanzado consenso político y social. Las disposiciones generales para la adaptación del EEES quedaron fijadas mediante un Real Decreto publicado cuatro años más tarde por el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, poseedor de toda competencia en materia de educación superior desde la reforma de la Ley Orgánica de Universidades en 2001. Desde entonces el Ministerio emprendió la sustitución del todavía vigente sistema de educación superior por un sistema basado en grados y posgrados con el principal objetivo de armonizar los sistemas nacionales de titulaciones basado en estos dos ciclos formativos y el establecimiento de un sistema de créditos europeos (sistema ECTS) y la implantación de un suplemento a los títulos emitidos por las instituciones educativas de enseñanza superior. Tanto la LOU como los Reales Decretos han sido reformados en sucesivas ocasiones desde aquel entonces. Las últimas reformas se realizaron entre Abril y Octubre del pasado 2007, respetando los objetivos originales, aunque con variaciones en el sistema de títulos convirtiendo el grado y posgrado, en grado, master y doctorado.

En el caso español las carencias del plan se agravan debido a las grandes competencias que poseen los gobiernos autonómicos a la hora de desarrollar sus planes educativos. Si bien es cierto que los Reales Decretos y la LOU establecen un marco de actuación general, es competencia de cada Universidad establecer sus propios planes de estudios, así la pretendida homogeneización en los estudios se convierte en una estupidez al cuadrado. Además los constantes recortes del gasto público en materia de cultura y educación afectan, según indican el cuerpo de rectores de las universidades estatales, a la viabilidad del proyecto. Y existe un algo más preocupante aún. Debido a que el plazo para introducir las reformas está fijado en 2010, el proceso de Bolonia está rodeado de un oscurantismo absoluto sin información oficial al respecto salvo los comentados Reales Decretos y la LOU.

¿Por qué no a Bolonia?

No es de extrañar que el debate en torno a Bolonia haya superado las barreras del ámbito político penetrando de lleno en el ámbito académico y social, si tenemos en cuenta que al menos una generación sufrirá las consecuencias de esta extraña y oscura reforma. Pero, ¿por qué tanta oscuridad y desinformación?  Porque la cara oculta de Bolonia apunta hacia una privatización de la enseñanza universitaria mediante la introducción de capital empresarial: programas de posgrado con prácticas no remuneradas en empresas que faciliten ese capital, becas-préstamo para poder abordar las tasas de matriculación de esos posgrados.
 
Sitúense en un supuesto teórico. Pónganse en la piel de una familia de ingresos medios que sufraga la educación de un estudiante universitario. El ingreso medio familiar en el estado español no supera los 7.000 euros. Ahora pónganse en la piel de una de las 827.000 familias que todos sus miembros han sido despedidos de sus puestos de empleo.  Imagínense, lo cual no es complicado, que una de esas familias habita en Cantabria donde la cuota anual de hipoteca supera los 8.400 euros. ¿A alguien le sale las cuentas? Esta claro que a la familia del estudiante no, y al estudiante tampoco, pero, ¡Eureka!, gozamos del exquisito favor que nos facilita Botín y su banco: la beca-préstamo. O lo que es lo mismo, la hipoteca.    Supongamos ahora que esta hipoteca hay que sumarla a la deuda  del piso. Sitúense  en  un último suponer.   El estudiante en cuestión es uno de los 300 matriculados en Ciencias Económicas de la Universidad de Cantabria que al acabar su carrera realizará un trabajo no remunerado como objeto de evaluación, también denominado práctica, para una de las muchas cajas fuertes del Banco Santander. ¿No da la impresión de ser uno de los negocios actuales más rentables? Entonces, ¿por qué los defensores de Bolonia se empeñan en desmentir las alegaciones que afirman que el plan supone la entrada del capital privado en la universidad pública? Entonces, ¿por qué nos venden un plan Bolonia cuyos objetivos principales son la movilidad de profesionales y estudiantes, la adaptación a un modelo estandarizado de enseñanza a nivel Europeo? Y lo peor de todo, ¿por qué desde rectores, profesores, alumnado y todos los individuos que formamos parte de esta sociedad no tenemos ningún tipo de información “oficial” sobre tan gran obra maestra? Porque el Plan Bolonia sólo es un castillo de papel con una clara intención, la introducción del capital privado en la educación pública, o lo que es lo mismo, la financiación pública de la docencia condicionada a la plena obtención de capital privado. 
La implantación de Bolonia en la Universidad de Cantabria

En la actualidad los programas de estudios de varias facultades de la UC están sufriendo los cambios impuestos por las medidas emanadas de Bolonia. Entre ellas destacan tres: la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Industriales y de Telecomunicación, la Facultad de Ciencias y la Facultad de Filosofía y Letras. Entre estas tres facultades suman nueve carreras adaptadas al EEES: Ingeniería Técnica de Telecomunicaciones, Ingeniería Técnica de Electricidad, Ingeniería Industrial, Ingeniería Química, Ingeniería de Telecomunicaciones, Matemáticas, Física, Geografía e Historia.
implantación ha generado numerosos problemas y constantes críticas debido al uso de planes pilotos ni estandarizados ni consensuados entre los decanatos y el personal docente, y, en ninguno de los casos, entre decanatos y alumnado. El caso de la Facultad de Filosofía y Letras es uno de los que más llaman la atención. El plan piloto de adaptación al EEES fue establecido en el año académico 2005/2006 únicamente para los estudiantes de segundo curso  en el segundo cuatrimestre sin ningún tipo de información al respecto y sin estar sentadas las definitivas bases del proceso. A raíz de esta implantación surgieron las primeras asambleas de estudiantes y los primeros movimientos de protesta ya que casi la totalidad del alumnado de ese curso tenía la sensación de ser tratados como “auténticos conejillos de indias”. La Delegación de Alumnos hizo caso omiso de estas primeras protesta acusando directamente a los protestantes de estar claramente “mal influenciados y politizados”, al igual que el Decanato que no ofreció ningún acto institucional explicativo del proceso. Resulta curioso que el Delegado de Centro por aquellos años sea actualmente el presidente del Consejo de Estudiantes de la UC. En el siguiente curso académico la medida fue implantada para todos los cursos inferiores y desde aquel entonces todos los que han iniciado o estén iniciando estudios en Historia lo hacen bajo este plan piloto. Los problemas que genera son numerosos. Al no haber consenso entre el profesorado, existen asignaturas que se moldean según los criterios de Bolonia -asignaturas presenciales, con una mayor carga de trabajos y una reducción del valor del examen final- y otras que siguen el modelo de plan aún vigente, el de 1999. Otro problema lo plantea la homologación de los títulos. Al no haber información al respecto, aún es un misterio si estos licenciados van a obtener una licenciatura o el titulo de grado que plantea el plan Bolonia. En el caso de recibir el título de grado se les estaría robando un año de vida, así como la cuantía de la matrícula perteneciente a ese año y los gastos de vida, pero eso es aún un misterio, al igual que Bolonia y la reforma de la educación superior. Si, por el contrario, reciben tan solo el título de licenciado, no estaría reflejado en él todo el trabajo desarrollado en el denominado plan piloto.

Deja una respuesta