Hoy en día, en cuanto surge un conflicto en el ámbito laboral, estamos acostumbrados a escuchar que para qué se va a hacer una huelga, si no sirven para nada; para qué voy a apoyar a otros si nadie me apoya a mí; para qué me voy a afiliar a un sindicato, etc. Y asumimos que lo que nos pueda pasar es tan inevitable como las leyes que gobiernan la naturaleza. Sin embargo, la historia se empeña en demostrar que lo que quieren que demos por sentado no es así. Hace 100 años se iniciaba una huelga en Barcelona que duró 44 días y conocida como la Huelga de La Canadiense, en la cual la lucha obrera y la solidaridad, si es que la primera se puede entender sin la segunda, consiguieron, entre otras cosas, que se legalizara la jornada laboral de 8 horas.
Como muchas huelgas, el motivo inicial fue que ciertos trabajadores, algunos afiliados a la CNT, de la compañía eléctrica Riegos y Fuerzas del Ebro reivindicaron sus derechos. Para ello acudieron al sindicato en busca de ayuda y estrategias para plantear el conflicto. La reacción de la compañía fue su despido, convocando los trabajadores de facturación huelga el día 5 de febrero.
Pronto el conflicto trascendió lo meramente laboral y se propagó. No estaba en juego únicamente la readmisión de los compañeros, sino también el reconocimiento de los sindicatos y el derecho a la sindicación. En pocos días la práctica totalidad de la plantilla se declaraba en huelga. El carácter estratégico del sector energético provocó que la huelga afectara a la actividad de otros sectores.
Con el paso de las jornadas, más sectores se suman a la huelga, a la par que las compañías y el gobierno, a través del ejército, intervienen para evitar que los paros se extiendan. A finales de mes, entre otros, los sectores eléctricos, textil, gas y agua estaban en paro. El gobierno decide incautarse de la empresa y el 1 de marzo el alcalde se sienta a hablar con el comité de huelga, que exige, entre otras, la excarcelación de los presos desde el 16 de enero y apertura de los sindicatos. La respuesta de las compañías fue amenazar con despidos para los que no se presentaran a trabajar el día 6 y un bando del general Milans del Bosch en que se dictaba cuatro años de cárcel para los que no se presentaran, siendo un total de 3000 los trabajadores encerrados en el castillo de Montjuich tras incumplirlo. El propio Sindicato de Artes Gráficas de CNT, con el fin de evitar la desmoralización de los trabajadores, prohibió toda publicación que fuera contra los intereses obreros.
Para mediados de marzo, declarado el estado de guerra y con el ejército intentando reabastecer el suministro de la ciudad, el gobierno, y ante el temor de una propagación mayor, se aviene a negociar con el comité de huelga. Este propone los siguientes puntos para poner fin a la huelga: libertad para todo preso social que no estuviera sometido a proceso, readmisión de todo huelguista sin represalias, aumento general y proporcional de los salarios de los obreros de La Canadiense, jornada máxima de ocho horas y el pago de la mitad del mes que se estuvo en huelga.
Una huelga histórica en donde la solidaridad fue determinante a la hora de conseguir los objetivos de los trabajadores. Por otro lado, el resquemor entre la patronal y el miedo ante la fuerza mostrada por los trabajadores fueron el detonante para acciones posteriores tan deleznables como el cierre patronal y el asesinato de destacadas figuras sindicales en lo que se conoció como pistolerismo.