Las protestas griegas, en cualquier caso, han causado gran sorpresa, aunque más debería sorprender el hecho de que después de mantenerse sin desmayo tantos días, los movimientos de solidaridad que se han producido en varios países europeos, como Francia, Dinamarca, Alemania, Italia y España (en Madrid y Barcelona) no hayan tenido, ni mucho menos, la fuerza y la amplitud deseables. Y ello a pesar de que la problemática juvenil es prácticamente la misma, y en el caso concreto de España se puede considerar idéntica, salvo, quizás, la diferencia cuantitativa entre los mileuristas de aquí y los setecientoseuristas griegos, por lo que los motivos para la revuelta existen.
De lo que no cabe duda es de que la chispa puede saltar en cualquier momento y en cualquier lugar, y una chispa puede convertirse en la llamarada que provoque el incendio. ¿Quién podía sospechar en vísperas del mayo francés que se producirían los sucesos de París, justo en un momento de bonanza económica y siendo protagonistas los retoños de la burguesía? Nadie, por supuesto. Por eso, los anarcosindicalistas debemos estar preparados en todo momento como si la revolución social fuera a estallar mañana; y esa preparación requiere de la previa formación teórica y práctica, absolutamente necesaria para -si el estallido llega- ser capaces de evitar que se quede únicamente en una explosión de desesperación y de rabia, en cuyo caso sería fácilmente reprimida y manipulada. Nuestra misión sería, en ese supuesto, la de hacer ver la conveniencia de encauzar adecuadamente esa desesperación y esa rabia para conseguir una transformación social verdaderamente revolucionaria.
El primer ministro griego, Costas Caramanlis, ha calificado a los participantes en las movilizaciones de enemigos de la democracia, y ello merece la siguientes puntualizaciones: 1) ser enemigo de la democracia burguesa nos parece, más que un insulto, algo de lo que uno puede enorgullecerse; 2) si tal individuo les califica de enemigos de la democracia será, muy probablemente, porque se trata de auténticos demócratas; es decir, de enemigos de la democracia representativa -consistente en delegar el poder de decisión a través del voto- y defensores, por contra, de la auténtica democracia, que no es otra que la democracia directa, en la que cada uno conserva íntegro su poder de decisión.
En cualquier caso, la rabia y la desesperación, de las que antes hablábamos, son comprensibles; lo es incluso el odio, porque -como dejó escrito Ricardo Mella- el odio es un sentimiento positivo cuando se trata de odio a la injusticia y a la desigualdad. En realidad, si tenemos en cuenta que la explotación y la exclusión social marginadoras son, en sí mismas, actos de violencia (la dominación política a través del aparato estatal es condición indispensable para la explotación económica), hay que concluir que todo individuo se encuentra, constantemente, en estado de legítima defensa. Y si retrocedemos en el tiempo, veremos que ya en el siglo XVI los llamados teólogos juristas (que no eran, precisamente, anarquistas exaltados) elaboraron en España teorías tan interesantes como la del tiranicidio de Juan de Mariana -según la cual si el rey gobernaba injustamente se convertía en tirano, siendo lícito el regicidio la de Rafael Belarmino, que reconocía el derecho de resistencia contra la opresión, si se daban ciertas condiciones. Desde luego, quienes no reconocemos al Estado el derecho a existir, puesto que representa, claramente, los intereses de la burguesía, menos aún vamos a reconocerle el derecho al monopolio de la violencia; de una violencia, además, a la que ellos mismos obligan, al no dejar otro camino hacia la libertad, ya que el camino del voto -máxima expresión, según los políticos de la soberanía popular- es un auténtico callejón sin salida. El voto sólo sirve para remachar los eslabones de las cadenas que nos esclavizan, y no estamos dispuestos a colaborar para que se perpetúe nuestro cautiverio.
Volviendo al tema de la escasa calidad de la enseñanza, del que ya hemos hablado antes refiriéndonos a Grecia, hay que decir que en España el panorama no es, ni muchísimo menos, mejor, puesto que se llevan décadas experimentando con los niños y los jóvenes, aplicando sistemas educativos que parecen dirigidos a crear auténticos borregos que sirvan para trabajar e introducir el voto en la urna, cuando se les requiera para ello, olvidándose de toda reivindicación económica o política. Sin embargo, tal vez la maniobra no les esté saliendo tan bien, pues los sociólogos al servicio de la burguesía ya están advirtiendo a sus amos de que la revuelta griega podría extenderse a otros países, y no hay que olvidarse de las revueltas del hambre que se produjeron meses atrás -a causa de la subida del precio de los alimentos básicos- en países de distintos continentes, como, por ejemplo, Haití, Filipinas o Egipto. Por otro lado, el mismo problema de la juventud con título universitario pero subempleada se da en China donde existe el temor en las autoridades de esa dictadura capitalista controlada por el Partido Comunista, a que se produzca un nuevo Tiananmen; de hecho, existen 6.500.000 nuevos licenciados a los que les cuesta encontrar trabajo; además, han quebrado ya más de 70.000 empresas y son innumerables los trabajadores que han sido despedidos, lo que ha provocado ya actos de protesta y enfrentamientos con la policía.
Si los enemigos de clase han globalizado la explotación y la represión, globalicemos la resistencia y la lucha, preparando el camino para la necesaria revolución social mundial.