El enorme y heroico esfuerzo de los exiliados españoles, en su mayoría libertarios, no tuvo la recompensa que se esperaba, puesto que los ejércitos aliados, una vez derrotado el nazifascismo, no cruzaron la frontera española, y permitieron que, sin excesivos sobresaltos, se consolidara el régimen franquista, que convirtió España en un gran presidio, una inmensa cámara de torturas y un enorme cementerio. Contra esa situación, se rebelaban no pocos militantes cenetistas, que organizaron grupos clandestinos de resistencia contra la Dictadura franquista, pasando a España para realizar todo tipo de acciones armadas que mantuvieran alta la moral de los antifascistas, al tiempo que procuraban reorganizar y mantener la estructura clandestina de la CNT. La lucha fue larga, de décadas, pues no hay que olvidar que Quico Sabaté murió a tiros en enero de 1960, y aún más tarde, en 1963, cayó acribillado por la Guardia Civil, Ramón Vila Capdevila, llamado Caraquemada; podemos citar, además, al joven anarquista Salvador Puig Antich, último asesinado a garrote vil, en marzo de 1974. No ha existido en toda la Historia de este país -ni probablemente del mundo- una organización que haya pagado tan cara su defensa de la Libertad, de la dignidad y de la justicia social. La CNT, que era la organización no sólo más grande, sino, sobre todo, más revolucionaria y, por ende, más combativa, tuvo decenas y decenas de miles de muertos en la guerra y en la represión postbélica, y si sumáramos los años de cárcel sufridos por su militancia obtendríamos, sin duda, una cifra de muchos millones; a lo que podríamos añadir toda clase de represalias y humillaciones.
Pero aquí seguimos. Aquí está la CNT. En pie, creciendo en todos los lugares y combatiendo, como siempre, al Capital y al Estado, libre de toda influencia política, plenamente consciente de su propia autosuficiencia como alternativa global al Sistema, sabiendo que la lucha ha de darse al mismo tiempo contra la explotación económica y contra la dominación política.
Para nosotros la guerra de 1936-1939 fue un episodio más de la lucha de clases, una batalla más de la larga lucha por la emancipación de los trabajadores, una lucha que sólo acabará cuando acabe la actual división de la sociedad en dos clases irreconciliables por tener intereses antagónicos, que sólo llegará a su fin cuando instauremos el Comunismo Libertario, finalidad de la Organización desde el Congreso de 1919. Para nosotros, ninguna otra solución es válida, porque ni siquiera un cambio de régimen (menos aún la sustitución de un gobierno por otro) supondría un verdadero avance social. No hay más que recordar que la Segunda República –tan mitificada hoy por algunos- reprimió violentamente a los trabajadores, sobre todo a los cenetistas, en numerosas ocasiones; por citar algunos casos: Casas Viejas, Arnedo, los cañonazos contra Casa Cornelio en Sevilla, y así ad infinitum.
Los hombres y mujeres de la Confederación Nacional del Trabajo podemos ir con la cabeza bien alta, como continuadores que somos de aquella militancia que logró la jornada de ocho horas hace noventa años, que conquistó la de seis horas diarias en Sevilla, en 1936, y que alcanzó los mayores logros para el conjunto de la clase obrera. Como decíamos antes, aquí seguimos, manteniendo y ganando cotidianamente conflictos laborales, demostrando a los trabajadores que es posible hacer verdadero sindicalismo; es decir, sindicalismo sin jefes cuasi vitalicios, sin liberados, sin subvenciones y sin participar en elecciones sindicales, que son la puerta de entrada a toda la corrupción. Preparamos el camino para la revolución social, que llegará (quizás antes de lo que se pueda pensar), porque aunque haya perdido otras, el pueblo obrero ganará la última batalla.