De abierto 24 horas a ocupado permanentemente

Endika Alabort Amundarain

Este verano ha venido cargado de robo de derechos y ataques por todos los lados a la clase trabajadora. Y eso que aún no ha acabado. Ni el verano, ni el ataque a los derechos más básicos.
Hace sólo unos meses, el consistorio bilbaíno permitió abrir más festivos, siguiendo la supuesta tendencia de las grandes ciudades europeas (por tamaño). Esto es sólo un paso más para lograr lo impuesto en la Comunidad de Madrid: la apertura los 365 días al año. El gobierno central ya está intentando liberalizar el comercio cueste lo que cueste. Pero, ¿es lógico defender que los comercios puedan abrir los 365 días del año, y a poder ser 24 horas al día?

Lo primero que dicen los defensores de la liberalización de horarios comerciales es que el consumidor tiene “derecho a”. Tiene derecho a comprar cuando le da la gana, lo que le de la gana, donde le de la gana. Y ante eso, los derechos de los trabajadores y trabajadoras no pintan nada. De hecho, lo consideran un acto mafioso, perverso. Cuando el consumo es dios, cualquier traba al mismo es una herejía. Otra de las frases que repican sin cesar, más aún en estos tiempos, es que hay que fomentar la actividad económica, y el consumo es una de esas herramientas mágicas que se supone que crea riqueza y puestos de trabajo. Unos extractos de este verano. Según la Secretaría de Estado de Comercio “estamos a la cola de Europa en cuanto a libertad de horarios (…) cuando se reciben cerca de 60 millones de turistas al año y hay muchas ciudades donde no encuentran tiendas abiertas».[1] Mientras la patronal del comercio en la Comunidad Autónoma Vasca, Euskomer, pidió en julio aumentar las horas de apertura de 72 a 90 horas.

¿Realmente es lógico defender la libertad horaria y apertura de festivos en el comercio, esto es, la barra libre en el sector en cuanto a días y horarios? ¿Debemos centrar el debate en esos dos factores, o ir más allá?

Un reciente editorial publicado en el diario británico The Guardian[2] ponía en duda la relación entre mayor horario comercial y regeneración económica. Las tiendas pueden abrir los domingos, pero eso no implica que se consuma más; lo más probable es la gente se pasee más por los pasillos, una actitud zombi bastante habitual. Aún así, la amenaza de convertir los nuevos horarios comerciales en el Reino Unido (más flexibles y más horas) en algo constante que está ahí, pese haber pasado los juegos olímpicos, que eran la excusa perfecta para esta medida excepcional.

Con la reforma (en la tendencia actual) del comercio, se está defendiendo y apuntalando al capital. Al gran capital, para ser más precisos. La casta política, como buen siervo, le facilita las cosas para poder ir extendiéndose más y más. Sólo favorece a las grandes fortunas, una vez más. Ya que la riqueza que crea pasa a unas pocas manos, sin olvidar la miseria que genera, esa que no sale en los libros contables. Puestos de trabajo de miseria, y bajo total disposición. Ahí esta el ejemplo de El Corte Inglés, aplicando uno de los elementos más perversos de la reforma laboral desde marzo.[3]

Si centramos el debate entre el pequeño comercio (independiente) y los grandes centros comerciales (controlados por grandes empresas), los efectos de la expansión de estos últimos son desoladores. Al destruir el comercio urbano tradicional, aleja a las ciudades de la sostenibilidad. Va eliminando a los pequeños comercios independientes, bloqueando los canales de distribución de los pequeños productores de alimentos procedentes de la región y favoreciendo los monopolios, ya que destruyen la producción y distribución local. Según J. Allende, la destrucción de empleo fijo de los grandes centros comerciales frente al que crean es casi el doble[4]. Suma y sigue…

Al apostar por un modelo comercial de más horas y más días, está clara cuál es la opción tomada. El pequeño comercio no puede hacer frente a esas medidas, no tiene ni los recursos ni la capacidad de los grandes conglomerados empresariales, que pueden apostar a perder hasta hacer desaparecer a la competencia, mediante los beneficios extraídos de otro lugar. Ahí es cuando las asociaciones de comerciantes se han empezado a plantar, y las patronales del comercio, a pensarse las cosas, ya que entre sus socios están los grandes, los beneficiados, y los pequeños, los perdedores de esta batalla. Pero tampoco debemos acabar ensalzando el pequeño comercio per se: éste puede ser tan despótico y cruel con los empleados como el grande. Sólo que en este caso, el propietario generalmente está más a mano, para lo bueno y lo malo.

Entonces, ¿bajo qué parámetros debemos centrar el debate? Está claro que cara al público, el pequeño comercio tradicional es mucho más positivo. Pero, ¿es necesario el consumo, tal como lo entendemos actualmente? Hablando con un compañero, me decía que las ciudades son un supermercado enorme, donde la publicidad lo inunda todo. Lo que me hace retomar una de las frases anteriormente dichas: el consumo es dios. Gran parte de la actual política y planificación del territorio se basa en facilitar y promover el consumo. Ya sea con infraestructuras que nos lleven a los centros comerciales de la periferia, actividades de ocio dirigidas a consumir de manera industrial productos o servicios variados. Y las medidas que se están adoptando en el sector del comercio siguen esa estela. Ya que un pequeño comercio, que apueste por la sostenibilidad del medio urbano y rural y de un empleo digno y de calidad, si bien es difícil que exista bajo el actual sistema económico, no aplaca la sed de beneficios exponenciales del capitalismo.

El camino a recorrer es bastante claro. La defensa de la no apertura en fines de semana y festivos y de la limitación horaria, para posibilitar la conciliación de la vida laboral y la vida social, para empezar. Estos son los dos primeros elementos que se anteponen ante este robo de derechos. Pero no hemos de quedarnos ahí. Defender que el territorio y las ciudades no sean un gran supermercado, sino un territorio donde se viva, se socialice, se disfrute, sin necesidad de este consumismo compulsivo. Retomar el concepto de producir para satisfacer necesidades, donde la producción de cercanía, de productos locales, donde la sostenibilidad del medio se pueda asegurar. Y para que todo esto sea posible, los canales de producción y distribución han de estar socializados, ya que pensar que se pudiese conseguir dentro del capitalismo es una mera ingenuidad. La transformación social en toda su plenitud, desde el cambio de hábitos (consumo), toma de conciencia (de clase), bajo parámetros de sostenibilidad medioambiental y social, es lo que nos va a sacar de este atolladero. Tenemos la herramienta necesaria para ello: el anarcosindicalismo.

Y si deciden abrir 24 horas al día, pues pasemos a una ocupación permanente. Pero no sólo de los supermercados. También todos los barrios, pueblos, ciudades, lo rural, las empresas, los centros de enseñanza. Para empezar a ganar esta guerra.

[1] http://www.cincodias.com/articulo/economia/lenta-liberalizacion-horarios-comerciales/20120619cdscdieco_5/

[2] http://www.guardian.co.uk/commentisfree/2012/aug/19/sunday-trading-shopping-olympics-editorial

[3] http://www.modaes.es/empresa/20120326/el-corte-ingles-comienza-a-utilizar-la-reforma-laboral-para-prescindir-de-trabajadores.html

[4] Allende, J. Modelo de grandes centros comerciales versus modelo de comercio tradicional. Implicaciones socio-económicas, culturales y territoriales desde la sostenibilidad. Manu Robles-Arangiz Institutua.

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