Escribo estas líneas todavía con cierta «resaca post 8M» que siempre me queda y me suele hacer mucho bien. El 8 de marzo se ha convertido en un día de esos en los que no puedes entenderlo todo mientras lo estás viviendo y te faltan unos pocos días para «colocar en su sitio» todo lo bueno vivido, el calorcito recibido (bastante menos este año claro pero mucho siempre y siempre con muchas risas y fuerza) y todo lo que puede mejorarse de cara a otros años. Pero especialmente queda una gran reflexión que se podría resumir en «y todo lo que nos queda por trabajar…»
¿A alguien más le pasa? Creo que a la mayoría de las personas conscientes de que todo esto no es solo un día y que acaba siendo una forma de entender la vida.
Afortunadamente no estoy sola y en diferentes propuestas que estamos materializando en mi sindicato de Santander sí queremos trabajar «todo lo que nos queda» y, por ello, queremos hacerlo todo el año sin perder de vista esas cosas que «nos da por pensar» en marzo y parece que después se olvidan. Es por eso que estamos comenzando una campaña que se llama #8MTODOELAÑO para visibilizar la importancia de las reivindicaciones feministas desde diversos puntos de vista (sindical, social, cultural…).
Celebro que en mi sindicato (a nivel local, regional y confederal) estemos juntas intentando cada vez más tener una visión transversal y de género en los conflictos laborales, que creamos en la necesidad de formación y en la importancia del feminismo en la acción cultural y que, también, estemos formando grupos de trabajo para investigar, crear y visibilizar la importancia de estas luchas. Gracias a todo ello conozco cada vez más a muchas compañeras que desde donde están trabajan en «todo lo que nos queda».
A pesar de todo ello creo que hay algo más que nos queda por trabajar. Ese «algo más» es más complejo y nos atraviesa. Respondería a la pregunta: ¿qué significa que una organización sea feminista? ¿Tiene alguna implicación en la práctica diaria y en cómo tomamos las decisiones?
Conocí el anarquismo más que joven, con 13 o 14 años, a partir de aspectos culturales que me fueron llevando a los más políticos. Los feminismos me llegaron más tarde, casi de casualidad, en una conversación sobre el césped de la Universidad: «oye tengo una asociación feminista y necesitamos gente.» Puede parecer de risa pero así fue, ni siquiera me gustaba el nombre y hoy mis «luneras» son algunas de las personas más importantes de mi vida. Nos dimos cuenta de que nos quedaba mucho por aprender y nos pusimos manos a la obra. Y me enganché, me cambió la vida, y todavía el feminismo y el anarquismo siguen haciéndome preguntas, algunas que aún estoy en proceso de contestar. Es desde ambas propuestas (evidentemente con muchos más aderezos y experiencias) desde donde escribo.
El asamblearismo y el apoyo mutuo, que son la base del anarcosindicalismo, no pueden quedarse en palabras vacías para debatir cuando queremos hacernos las importantes. Ambas son perfectamente asumibles desde los feminismos y, de hecho, representan también muchas de sus prácticas.
El primero no debería utilizarse nunca como un modo de manipulación y presión, es decir, la asamblea no debiera anular nunca el disenso individual. Sabemos que es muy difícil la articulación de «lo individual» y «lo colectivo» porque en ello estamos todos los días. Sin embargo, creo que es fácil saber cuándo se están utilizando los mecanismos de toma de decisiones para imponer un «consenso», sea por la fuerza del número o por la fuerza directa. Es decir, cuando alguien está manipulando la reunión para obtener rédito, poder, aceptación de sus ideas sin crítica o, incluso, a través del miedo.
La presión social y el miedo han moldeado a las mujeres. Cada vez pienso que esto tiene que ver más con quién es una «mujer» que nuestro cuerpo. Si tenemos miedo no tenemos libertad y acabar con él debe ser siempre nuestro objetivo a conseguir. Es muy difícil la horizontalidad pero lo cierto es que reconocer el «personalismo» o el «autoritarismo» a las mujeres nos cuesta cada vez menos. En ocasiones aspectos como el llamado edatismo, es decir tener más valor tus opiniones en base a tener mayor edad (o «experiencia», o «historia»), se mezclan con el machismo en la toma de decisiones. El asamblearismo entonces no existe.
Las personas debiéramos acudir en libertad, con ganas de escuchar activamente, proponer … con ganas de «llevar adelante todo ese trabajo que queda por hacer» y de organizarnos para evitar estos problemas. Lo demás es imponer el miedo, el edatismo y un modo de resolución de conflictos patriarcal y autoritario. Todo ello es ajeno al mundo que deseamos construir. Si alguien va con miedo, no hay asamblea válida.
El apoyo mutuo, por otra parte, tiene que ser entre iguales y no debe confundirse con lo que llamaría «corporativismo» o «fratría masculina», que es el apoyo entre las personas con similares intereses y privilegios frente a «las otras». Cuando apoyamos una idea debe ser en base a argumentos, eficacia, valores…y no por quién está defendiendo la misma o por «deudas» anteriores que tenemos con esas personas. Eso se parece más al funcionamiento de cualquier «mafia».
Creo que la práctica de estos principios crearía un lugar seguro en el que apetece estar, como estoy yo en mi sindicato. La práctica de estos principios asegura un espacio en el que se camina a una mayor igualdad y que atrae a más y más personas. Ese espacio crece y se abre hasta el infinito.
Ese espacio lo estamos creando. Es un espacio abierto que no elude el conflicto, pero que intenta bajar su intensidad y reconocer los errores propios para mejorar. Un espacio en el que se llega a consensos, admitiendo matices y disensos. Un espacio abierto a la duda, a la pregunta, al cuidado, a la vulnerabilidad. Un espacio de risas, arte, creación. Un espacio en el que se colabora y apoya a cada persona según lo necesita. Un espacio en el que el trabajo es inmenso, pero se puede hacer porque se avanza con las demás llegando a no pertenecerte «tu obra» porque es colectiva. Un espacio para entender de qué va eso de «solidaridad de clase». Un espacio en el que no importe tu «edad» o tus «deudas pendientes». Un espacio en el que se te reconozca más por lo que haces que por lo que eres (las mujeres no éramos nada hasta hace bien poco). Un espacio en el que no se admitan actitudes de acoso ni agresiones, especialmente cuando vengan de la llamada «fuerza de grupo». Un espacio en el que ser una misma, uno mismo, une misme.
En fin, un verdadero «hogar» como dice una compañera. ¿Qué creéis que hemos hecho las mujeres todo este tiempo? «Crear hogar» no es sólo planchar y coser, crear hogar es articular todo esto. Un «hogar» que nos libre de las injusticias ligadas a esta palabra y de los «silencios compartidos». Un lugar que nos libre del miedo.
Este espacio, si es así, será cada vez más feminista y anarquista.
Y la revolución a la que aspiramos será feminista o no será.
Clara