Ha muerto Abel Paz

No es difícil encontrar, en las biografías de los grandes genios de las artes y las ciencias, un reconocimiento, por parte del “establishment” dominante, escaso en vida, a veces no poco malintencionado. Hablamos de Diego Camacho, en su casa, pero para toda una sucesión de generaciones, Abel Paz.

Sin duda, uno de los mejores historiadores de la Revolución Española; referencia incuestionable para todo aquel investigador serio de nuestra Historia del siglo XX. Pocos catedráticos de nuestras facultades, casi ninguno, más premiados, elogiados y con apoyo institucional, pueden vanagloriarse de publicar libros que se traducen a 14 idiomas, y que asombran en los más recónditos rincones del planeta. Con rigor escrupuloso, recopiló todos los detalles de hechos que nos han querido ocultar para trasladarnos la verdad, porque, como le gustaba decir, “…de todos modos, cuando dices la verdad tarde o temprano se te reconoce esa verdad.”

Pero, aunque es impensable obviar su gran legado cultural, pensamos que la gran herencia que nos deja, un hombre de su nivel, es su intachable trayectoria moral. Un obrero del ramo del metal, hijo de campesinos, al que no le dio tiempo a pasar por la escuela superior porque estaba bastante ocupado en disparar contra todo tipo de opresión en el periodo 1936-39; ni, tampoco, a la universidad porque los nazis se empeñaron en que aprendiera construcción en el Muro Atlántico; y, cuando volvió a España, Franco no fue menos y le tenía reservada una celda con las comodidades que todos nos imaginamos. Sin embargo, su orgullo obrero, la dignidad de pertenecer a la clase social capaz de crear y su estricto seguimiento de los valores anarquistas,  le convirtieron en una referencia obligada y en una figura imprescindible de nuestra Historia.

Que la tierra te sea leve, compañero. Para nuestro respeto, seguirás vivo para siempre.

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