El día primero de Mayo de 1886, los trabajadores de la Federación de Sindicatos Organizados y Uniones Laborales de los Estados Unidos y Canadá, realizaron una huelga de demandas de “OCHO HORAS DE TRABAJO, OCHO HORAS DE REPOSO Y OCHO HORAS DE RECREACION”.
Tal movimiento comenzó a gestarse dos años antes, en el IV Congreso de la entidad conocida como AFL.. Fueron muchos los trabajadores que no resistieron esperar el 1 de mayo de 1886 para presionar por esta demanda y en varias ciudades de Estados Unidos se desarrollaron huelgas antes de esta fecha. Logrando, al menos unos 30.000 mil obreros, este beneficio en el mes de abril de ese año.
Cinco mil trabajadores se declararon en huelga el 1 de mayo y más de 300.000 trabajadores salieron a las calles para expresar esta demanda. Con diferentes grados de éxito, los trabajadores de varios sectores y ciudades lograron establecer la jornada de ocho y, en otros casos, se lograron jornadas de diez horas diarias con aumento de salarios.
Los sucesos de Chicago
Sin embargo, fue en la ciudad de Chicago, por ese entonces un centro de gran actividad industrial, donde los acontecimientos tomaron un giro diferente. Existía un fuerte ambiente antitrabajadores cultivando por los empleadores y los medios de comunicaciones a su servicio.
Frases como “El plomo es la mejor alimentación para los huelguistas” se repetían entre los empleadores y los periódicos locales. Estas actitudes crearon respuestas más radicalizadas por parte de los trabajadores. Teniendo, en esa ciudad, su centro de operaciones el movimiento anarquista de Estados Unidos. Era a través de medios de comunicación obreros, publicados en alemán y en inglés, desde donde se impulsaba la acción reivindicativa para un público lector formado por inmigrantes de primera generación. El amanecer del 1 de mayo encontró a la ciudad de Chicago en el más completo silencio.
Sólo una usina seguía funcionando. Se trataba de la fábrica de máquinas agrícolas McCormick, la que desde febrero de ese año funcionaba con rompehuelgas. El día tres de mayo se hizo una nueva manifestación frente a esta industria y en la oportunidad hizo uso de la palabra el obrero August Spies.
Al término de la jornada, se enfrentaron los manifestantes y los “scabs” o “krumiros” (rompehuelgas), tras lo cual una compañía de policías atacó la muchedumbre y disparó a quemarropa. El resultado fue seis muertos y varios heridos.
4 de Mayo Enterado de la matanza, Adolf Ficher escribió una proclama que más tarde serviría como prueba en su contra. En esa proclama, afirmaba que la guerra de clases había comenzado, que la sangre de los muertos pedía venganza. Si se fusila a los trabajadores, respondamos de tal manera que los amos lo recuerden por mucho tiempo. Es la necesidad lo que nos hace gritar a las armas!.
Esta última frase fue tachada por Spies – director de la imprenta – vigilando en el proceso que los tipógrafos no lo incluyeran por error. Sin embargo, quedaron los originales, los que luego fueron incautados por la policía. En la mencionada proclama se citaba a una protesta para el día cuatro de mayo a las 16 horas, en la Plaza Haymarket. Ese día, se reunieron unas 15 mil personas.
En el lugar se dirigieron a los manifestantes los dirigentes obreros Spies, Parsons y Fielden. En un momento, mientras hablaba el último y cuando ya la concurrencia se encontraba bastante mermada, avanzaron 180 policías contra los manifestantes ordenando poner fin a la reunión. Desde la muchedumbre, salió un objeto humeante que cayó entre las dos filas de policías, causando una poderosa explosión que provocó la muerte instantánea de un policía e hirió a otros 60 uniformados.
Tras la acción, los policías abrieron fuego contra los obreros, matando a 38 e hiriendo a 115 de ellos. Otros seis uniformados murieron posteriormente en el hospital a raíz de la explosión de la bomba. Chicago fue puesta en estado de sitio y se inició una batida contra anarquistas, socialistas y trabajadores extranjeros, especialmente originarios de Alemania.
Fueron allanados varios locales sindicales y los domicilios de los dirigentes. En estas acciones se detuvo a August Spies, de 31 años, periodista y director del “Arbeiter Zeitung”. Michel Schwab, 33 años tipógrafo y encuadernador. Oscar Neebe, 36 años, vendedor. Adolf Fischer, 30 años, periodista. Louis Lingg, 22 años, carpintero. Samuel Fielden, 39 años, pastor metodista y obrero textil. George Engel, 50 años, tipógrafo. Albert Parsons, 38 años, ex candidato a la presidencia de Estados Unidos por los grupos socialistas y Rodolfo Schnaubelt, cuñado de Schwab.
El Proceso
Tras la detención se inició de inmediato una campaña de prensa que daba por descontada la absoluta culpabilidad de los dirigentes en los sucesos de los días anteriores. Se dijo que Schanaubelt había arrojado la bomba, que Spies y Fischer le ayudaron y que Lingg la había fabricado. Simultáneamente, se desarrollaba el examen de candidatos para integrar el Gran Jurado.
Las autoridades a cargo se preocuparon especialmente de seleccionar a gente predispuesta contra los detenidos y su causa. El juicio se inició el 15 de julio de 1886, promoviendo el fiscal Grinnell los cargos de conspiración y asesinato de policías. Llegó a afirmar que los sucesos fueron promovidos por una revolución el 1 de Mayo.
Los testigos contra los dirigentes fueron el capitán de policía a cargo de la represión y los ex anarquistas Waller, Scharader y Sclinger. Diversas afirmaciones de los “testigos” fueron desestimadas por tratarse de falsedades comprobadas.
El juicio resultó una farsa montada con el único objetivo de culpar a los dirigentes obreros y, así, desbaratar su movimiento. El 20 de Agosto de 1886, el jurado dictaminó condena a muerte para Spies, Schwab, Lingg, Engel, Fielden, Parsons y Fisher y 15 años de trabajos forzados para Neebe.
Tras esto, se concedió la palabra a cada uno de los condenados los que hicieron gala de elocuencia y valentía para enfrentar tan dramático momento.
Sus Palabras
August Spies.
Al dirigirme a este tribunal, lo hago como representante de una clase social enfrente de los de otra clase enemiga y empezaré con las mismas palabras que un personaje veneciano pronunció hace cinco siglos en ocasión semejante. Mi defensa es vuestra historia…
Se han cometido muchos crímenes jurídicos aún obrando de buena fe. Los representantes del Estado han fabricado la mayor parte de los testimonios y han elegido un jurado viciado en su origen. Ante este tribunal, ante el público, yo acuso al Procurador del Estado de conspiración infame para asesinarnos…
Yo os digo que si la muerte es la pena que me imponéis por proclamar la verdad, entonces estoy dispuesto a pagar tan costoso precio.
Miguel Schwab.
Habláis de una gigantesca conspiración. Un movimiento social no es una conspiración y nosotros todo lo hemos hecho a la luz del día.
No hay secreto alguno en nuestra propaganda. Anunciamos de palabra y por escrito una próxima revolución, un cambio en el sistema de producción de todos los países industriales del mundo y ese cambio no puede menos que llegar…
Si nosotros calláramos, hablarían hasta las piedras. Todos los días se cometen asesinatos. Los niños son sacrificados inhumanamente, las mujeres perecen a fuerza de trabajar y los hombres mueren lentamente, consumidos por sus rudas faenas y no he visto jamás que las leyes castiguen estos crímenes.
Oscar Neebe.
Pues bien, me apena la idea de que no me ahorquéis, honorables jueces, porque es preferible la muerte rápida a la muerte lenta en que vivimos.
Tengo familia, tengo hijos, y si saben que su padre ha muerto lo llorarán y recogerán su cuerpo para enterrarlo.
Ellos podrán visitar su tumba, pero no podrán, en caso contrario, entrar en el presidio para besar a un condenado por un delito que no ha cometido. Esto es lo que tengo que decir. Yo os suplico. ¡Dejadme participar de la suerte de mis compañeros! ¡Ahorcadme con ellos!.
Adolf Fisher.
He sido tratado como un asesino y sólo se me ha comprobado que soy anarquista. Pero si yo he de ser ahorcado por profesar mis ideas, por mi amor a la libertad, a la igualdad y a la fraternidad, entonces no tengo nada que objetar. Si la muerte es la pena correlativa a nuestra ardiente pasión por la redención de la especie humana, entonces yo lo digo muy alto. Disponed de mi vida…
Si creéis que con este bárbaro veredicto aniquiláis nuestras ideas, estáis en un error. Porque estas son inmortales.
Louis Lingg.
¡Os desprecio!, Desprecio vuestro orden, vuestras leyes, vuestra fuerza, vuestra autoridad! ¡Ahorcadme! . (Lingg era el único de los acusados dispuestos a utilizar la violencia).
George Engel.
Es la primera vez que comparezco ante un tribunal americano y en él se me acusa de asesinato. ¿Y por qué razón estoy aquí? ¿Por qué razón se me acusa de asesinato?
Por la misma que tuve que abandonar Alemania, por la pobreza, por la miseria de la clase trabajadora… Aquí también, en esta “Libre República”, en el país más rico del mundo, hay muchos obreros que no tienen lugar en el banquete de la vida y que como parias sociales arrastran una vida miserable…
Aquí he visto a seres humanos buscando algo con que alimentarse en los montones de basura, en las calles…¿En qué consiste mi crimen?…
En que he trabajado por el establecimiento de un sistema social en que sea posible el hecho que mientras unos amontonan millones utilizando las máquinas, otros caen en la degradación y en la miseria. Vuestras leyes están en oposición con las de la naturaleza y mediante ellas robáis a las masas el derecho a la vida, a la libertad y al bienestar.
Samuel Fielden.
Se me acusa de excitar pasiones, se me acusa de incendiario porque he afirmado que la sociedad actual degrada al hombre hasta reducirlo a la categoría de animal.
¡Andad! Id a las casas de los pobres y los veréis amontonados en el menor espacio posible, respirando una atmósfera infernal de enfermedad y muerte…
Yo amo a mis hermanos, los trabajadores, como a mi mismo. Yo odio la tiranía, la maldad y la injusticia. El siglo XIX comete el crimen de ahorcar a sus mejores amigos. No tardará en sonar la hora del arrepentimiento. Hoy, el sol brilla para la humanidad.
Pero puesto que para nosotros no puede iluminar más dichosos días, me considero feliz al morir, sobre todo si mi muerte puede adelantar en un solo minuto la llegada del venturoso día en que aquél alumbre mejor para los trabajadores .
Albert Parsons.
Me preguntáis qué fundamentos hay para concederme una nueva prueba de mi inocencia. Yo os contesto y os digo que vuestro veredicto es el veredicto de la pasión.
Engendrado por la pasión y realizado, en fin, por la pasión de la ciudad de Chicago. Por este motivo, yo reclamo la suspensión de la sentencia y una prueba inmediata.
¿Y qué es la pasión? Es la suspensión de la razón, de los elementos de discernimiento, de reflexión y de justicia necesarios para llegar al conocimiento de la verdad.
No podéis negar que vuestra sentencia es el resultado del odio de la prensa burguesa, de los monopolizadores del capital, de los explotadores del capital, de los explotadores del trabajo .
Epílogo
Pese a la campaña nacional e internacional a favor de los condenados, Engel, Spies, Parsons y Fisher fueron ahorcados el 11 de noviembre de 1887.
El día antes, Lingg había dispuesto poner fin a su vida por su propia mano. De su cabello, sacó una pequeña bomba que acercó a la llama de la bujía de su celda. La explosión le destrozó el rostro.
El gobernador de Chicago Oglesby, conmutó esa misma noche la pena de muerte de Schwab y Fielden por la de presidio perpetuo. Los funerales de Spies, Parsons, Fisher, Engel y Lingg se efectuaron al día siguiente en un multitudinario entierro y homenaje. Unos años después, en 1893, un nuevo gobernador de Illinois, John Alfgeld accedió a la revisión del proceso. Las diligencias permitieron comprobar que los ahorcados no habían cometido ningún crimen y que fueron víctimas de un error judicial.
Tras esto, Schwab, Fielden y Neebe recuperaron su libertad.