Marzo de 2010: A la sombra del patriarcado

La igualdad no consiste en tener una ministra de Igualdad. Tampoco consiste en poder ser ingeniera, directora de arte o jefa a secas. Igualdad es poder quedarse embarazada sin correr el riesgo de que te despidan. Es tener el mismo sueldo que un hombre en la misma categoría laboral. Igualdad es también el derecho a recibir el mismo trato médico que los hombres, como denuncia Carme Valls-Llobet en su libro Mujeres, salud y poder, donde expone que el dominio masculino de la medicina invisibiliza las enfermedades específicas de la mujer, las considera de menor gravedad y por último las controla mediante una medicación sistemática. Valls-Llobet alienta a las mujeres a rebelarse ante quienes les recetan ansiolíticos a la primera de cambio, les dicen que tener anemia o dolores es "normal", o achacan un origen psiquiátrico a la mayoría de sus problemas de salud.

En una sociedad que presume de primermundista, es bien fácil comprobar cómo los clichés de género perviven allí donde está garantizado que se fijarán de por vida: la educación de los niños. El sector del libro infantil sigue estando claramente marcado por el género, tras la reacción equitativa de los años 70 que promovió modelos infantiles con un reparto más equilibrado de los roles sociales. Se avanzó hasta que en los años 90 llegó a producirse cierta relajación del discurso igualitario: quizá la mujer ya había avanzado "lo suficiente" y el sentir general era que se corría el riesgo de las niñas se convirtieran en una suerte de niños adulterados. La solución para recuperar "lo femenino" ha sido una vuelta atrás a la literatura rosa y a las historias de princesas. Teresa Colomer, directora del máster de literatura infantil y juvenil de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB), explica que al disminuir la alerta sobre el avance de los valores igualitarios, los libros siguen ahora las leyes del mercado, y el mercado es conservador. Esto está englobado en un movimiento social más amplio donde se encuentra también el fenómeno de las top-model, actrices y cantantes: mujeres emancipadas, que han ganado en autonomía o agresividad, pero cuya meta es gustar al varón, al que acaban sometidas. Distinto embalaje con un barniz de descaro sexual y tatuajes, pero mismo final que Blancanieves en brazos de su príncipe azul.

El estereotipo del príncipe, el más peligroso de los cuentos infantiles, es el referente irreal que enseña a los niños que la conquista es algo vinculado a la hombría y a las niñas que el ideal es someterse al hombre a quien cambiarán gracias a la acción mágica de un beso.

Los conceptos de batalla, conquista y sumisión inherentes al patriarcado están vigentes en todas las culturas del mundo, aunque en algunas como la nuestra se encuentren aderezados con una estética moderna. En la novela gráfica recientemente editada Génesis, de Robert Crumb, una ilustración literal del primer libro sagrado de los hebreos, podemos encontrar varios ejemplos de la recesión del matriarcado, estrato cultural fundador de la cultura occidental y presente en toda la Antigüedad, ante el patriarcado que representaban las religiones judeocristiana e islámica y que continuará durante el imperio romano y el cristianismo hasta nuestros días.

El patriarcado se emancipa de los ciclos naturales y privilegia lo racional, la individualidad, la guerra y la autoridad de un dios celeste en detrimento de las múltiples divinidades femeninas. La mujer pasa a ser moneda de cambio y mero soporte reproductivo de los genes masculinos. Su ámbito es el doméstico y su presencia queda relegada ante el despliegue de autoridad estratificado del hombre. No necesitamos remontarnos miles de años: los patrones siguen vigentes en diversos grados, desde los cuentos de princesas en el variado espectro del rosa, hasta los asesinatos a manos de parejas y exparejas de mujeres cuya única aspiración era deshacerse del príncipe azul de mentira que les habían vendido.

Deja una respuesta