En la novela «1984» Orwell planteó un Superestado totalitario basado en cuatro ministerios con nombres mentirosos: Ministerio, de la verdad, del amor, de la paz y la abundancia. Cada uno de ellos estaba destinado a manejar la información, la lealtad de sus ciudadanos, los planes de guerra y la economía respectivamente.
El Ministerio del Amor no existe de esa manera tan evidente. Ni siquiera el Ministerio del Interior con varias condenas del Tribunal Europeo de Derechos Humanos por no investigar suficientemente torturas policiales. No, el Ministerio del Amor es una idea que se esconde tras los discursos mediáticos, es la violencia que condena la violencia de quién no puede más.
Los medios repiten una y otra vez mensajes escondidos tras aspavientos que podemos traducir como: «para qué van a manifestarse, luego se quejarán de que les pegan», «los manifestantes son delincuentes», «la Policía es ejemplar, haga lo que haga», «la violencia no puede tolerarse» por parte de la ciudadanía, claro. Y mientras tanto, lloran y patalean por mobiliario urbano, bienes públicos… en cambio los servicios públicos sí tienen que ser sacrificados al dios de la economía liberal.
Las personas jóvenes enfrentan un paro juvenil del 40%, un sistema educativo que no puede ofrecer alternativas frente a un mercado salvaje, recortes en los servicios públicos y como referentes un ejercito de influencers que han montado su estudio de grabación, o de gamer con el dinero de su papá.
Encienden la tele y desde hace más de diez años tenemos varios casos de corrupción para comer y cenar. Sumado ahora a una pandemia mundial, pero qué más da. Los medios airean la vida de lujos de una Familia Real que no hace nada por su imagen o por el sentido de que existan en pleno 2021. Peor aún, a nadie le sorprende que formen parte de alguna de las noticias de corrupción anteriores. ¿Con todo esto piden a la gente joven que se calle?
Vuelven a encender la tele y tenemos cobertura de VOX las veinticuatro horas, les sacan diciendo cualquier barbaridad contra los derechos humanos, criminalizando a MENAs, comunistas, o cualquier persona que se salga de su perfil. Los sacan y nos los blanquean en directo, cualquier barbaridad va a ser suavizada, matizada, se nos va a hacer simpática. Pero no es simpático si eres español de padres extranjeros o cualquier otra persona que se salga de sus esquemas. Y piden a los jóvenes que se estén quietos.
Salen a la calle, y alguien quema un contenedor o rompe un cristal ¿Nadie recuerda montajes o infiltrados policiales? ¿No os acordáis de aquel maravilloso «¡qué soy compañero, coño!»? Bueno, imaginemos que la policía no hace esas cosas. Por ejemplo, los chavales que atracaron una tienda de Louis Vuitton aprovechando la confusión no eran policías. Pero volvemos a lo mismo, en una situación cada vez más desigual ¿esperamos que nadie busque su supervivencia a través del crimen? ¿Sobreviviremos todos sólo del trabajo cada vez más precario? ¿Sobreviviremos a los despidos disciplinarios que intentan cargar a muchos trabajadores? ¿Qué quieren, que nos quedemos quietos? No defendemos el robo, pero no es difícil explicarlo.
Una de las muchas enseñanzas del feminismo es que esta forma de violencia continuada que se niega a sí misma y cuando el sujeto violentado se rebela señala al mismo/a como agresor/a tiene un nombre: gaslighting («Hacer» Luz de gas)
Pero no, el Ministerio del Amor, con todos sus agentes en forma de tertulianos, periodistas, portavoces de la Polícia, políticos y un largo etcétera se unen contra la violencia. «La violencia es inadmisible», dicen. Lo que es inadmisible para ellos es que el monopolio de la violencia se rompa, que se arrebate, de manera justificada o no, este privilegio al Estado.
Mientras tanto, nos preguntamos si el dolor y las lágrimas vertidas por los contenedores caídos son sinceras. Si de veras hay alguien que comparte una relación filial o de plástico y sangre con parte del mobiliario urbano. Algo debe mover a ambos «organismos» a alimentarse de basura. Y definitivamente deben compartir un sistema de valores distinto cuando les duele más un contenedor que una joven mutilada por un «error policial».
Entendemos y compartimos la rabia y deben tenernos enfrente. Unidos y enfrente. Llenas de rabia, pero también de alternativas a la realidad que nos imponen. Afíliate, organízate y lucha.