Lo que está infligiendo al pueblo palestino el Estado de Israel, un genocidio flagrante, no puede pasar por respuesta a los ataques de un grupo terrorista
Quería haber escrito esta semana sobre la brutalidad con que los turistas y visitantes han arrancado la piel a tiras, o sea, la corteza, de las secuoyas del parque de Cabezón, y han dejado las raíces en carne viva, de tanto pisarlas en descontrolada avalancha veraniega.
Quería reflexionar, una vez más, sobre la banalidad del mal, sobre el mal que se infringe cuando apenas se piensa, y sobre el efecto letal de la indiferencia a los gritos, cada vez más audibles, del planeta herido por nuestra torpeza y ferocidad consumista… Pero se me han cruzado por medio otros gritos, gritos y llantos de los niños y niñas, mujeres y hombres, ancianos y ancianas palestinas asesinados por la inhumanidad belicista tolerada en que ha devenido el sionismo israelí, su impunidad genocida; y ya no he podido pensar en nada más.
Sé que no soy la única, que no somos pocas las personas que hemos pasado las últimas semanas pendientes de qué ocurre con el pueblo palestino, en ese terrible minuto a minuto que permiten las redes, con el alma en un puño, consumidas por la pena y la impotencia.
En Cantabria, tras la movilización en Torrelavega la pasada semana, hay prevista una manifestación en apoyo al Pueblo Palestino con el lema «Paremos el genocidio» el sábado día 11 de noviembre a las 12h desde la plaza de Numancia hasta el Ayuntamiento de Santander.
En general, las manifestaciones de solidaridad con el pueblo palestino celebradas por todo el mundo están siendo multitudinarias, porque es ya difícil negar que hay en marcha un plan genocida por parte del gobierno israelí, cuya saña con la población civil queda lejos de estar justificada por los ataques de Hamás.
Por más que funcione a pleno rendimiento la propaganda deshumanizadora —bulos como el de los bebés israelíes decapitados que varios políticos del PP, como Borja Sémper o Isabel Díaz Ayuso, han ayudado a difundir—, las imágenes que cualquiera puede ver de los letales bombardeos sobre Gaza, el tercer lugar más densamente poblado del mundo —6.100 habitantes por kilómetro cuadrado cuando en España la media es de 90— no dejan espacio a la tibieza: o se defiende la vida y las víctimas palestinas o se defiende el asesinato sistemático de población civil como estrategia de guerra, que es lo que está haciendo Israel, vulnerando la legalidad internacional.
Pero, es tal la influencia israelí, que en Europa se empiezan a plantear limitaciones a la libertad de expresión: el Gobierno del Reino Unido ha sugerido convertir en delito exhibir la bandera palestina mientras en París los manifestantes que acudieron a sendas convocatorias a favor de la población palestina fueron dispersados con gas lacrimógeno y cañones de agua.
Austria y Alemania han iniciado un intento de detener toda ayuda monetaria a Palestina. El discurso que trata de opacar la dureza de estar viviendo un genocidio en directo intenta atribuir la responsabilidad a una sola organización, Hamás, obviando todo el proceso de ocupación y las violaciones de la legalidad internacional por parte de Israel. Además, el artículo 33 del IV Convenio de Ginebra, que protege a los civiles, estipula: “No se castigará a ninguna persona protegida por infracciones que no haya cometido. Están prohibidos los castigos colectivos, así como toda medida de intimidación o de terrorismo”. Y es que una cosa es perseguir a Hamás, algo perfectamente lícito, y otra bien diferente masacrar a la población civil de Gaza, que es sobre quien Israel está operando y no colateralmente.
La Comisión Europea, con Ursula Von der Leyen a la cabeza, ha mostrado un desprecio cerrado a la vida y la legalidad internacional, Convenio de Ginebra incluido, pretendiendo hablar en nombre de la ciudadanía europea cuando mostró su incondicional apoyo a Israel sin aludir a los bombardeos indiscriminados, a los cortes de electricidad y agua o a la orden de evacuación masiva del norte de Gaza entre otras crueles actuaciones contra la población civil contrarias al Convenio de Ginebra.
Aunque el jefe de la diplomacia de la UE, Josep Borrell, ha insistido en que su postura no es la de la UE, y que la política exterior es una cuestión intergubernamental, y no comunitaria, ahí queda el gesto, servil con el sionismo más cruel, lanzado desde las altas instancias de la UE al resto del mundo. Unas palabras que han soliviantado y llevado a que se replique el hashtag “Not in my name”/“No en mi nombre”.
Los 27 han tardado semanas, y a día de hoy, con 9.061 muertos palestinos sobre la mesa en exigir (tímidamente) a Israel que respete la legalidad internacional. Un gesto que, sin llevar aparejada una política de condenas y sanciones, de nada servirá contra una Israel que se siente inmune e impune.
El objetivo de Israel al exigir una inviable evacuación del norte de Gaza hacia la región sur en poco más de 24 horas, mientras los bombardeos han seguido azotando el territorio, está claro: el ministro del Gobierno israelí, Gideon Saar, ha afirmado que Gaza “debe ser más pequeña cuando termine la guerra” porque “quien empieza una guerra contra Israel debe perder territorio”. Yoav Gallant, comandante del Mando Sur de las Fuerzas de Defensa de Israel, no se ha limitado a la hora de utilizar calificativos deshumanizadores: “Estamos luchando contra animales humanos”, ha dicho, “y actuamos en consecuencia”.
Por ello, porque no consideran a la población palestina siquiera humanos, han matado ya en torno a miles de niños y niñas, y lo que está por llegar puede ser mucho más duro de lo que quepa imaginar. Quién sabe cuántos muertos habrá ya cuando estas líneas se publiquen…
La evacuación es imposible y no hay lugar seguro para los civiles gazatíes. Lo sabe la Media Luna Roja y el personal sanitario que decide quedarse en el hospital Al-Quds en Gaza, comprometidos a brindar servicios a los enfermos y heridos. Lo saben Médicos Sin Fronteras, que, tras sufrir varias muertes entre su equipo, han pedido a las autoridades israelíes “humanidad”. Lo sabe ese niño rescatado bajo los escombros de la tienda de su casa familiar en Khan Younis, destruida por los ataques aéreos israelíes, que se niega a abandonar lo que queda de su hogar.
Solo un gesto fuerte y unánime de la comunidad internacional a favor de la vida, que no esperamos, podría parar el genocidio. Por eso, solo una oposición cerrada y clamorosa de la población mundial en las calles puede servir de escudo al pueblo palestino. Porque, en versos del poeta palestino Mahmud Darwish: “Una víctima no mata a otra/ Y en esta historia hay un asesino/ Y una víctima”.
Patricia Manrique.