Dibujo inspirado en la icónica foto de la asociación de vecinos de orcasitas de 1975 del autor @unsereno

Vivir «a la madrileña».

No dudo de que existe esa identidad que ha descrito y vendido Ayuso. Existe entre quienes van diariamente a comer a restaurantes caros y exigen ser servidos en «un apartado» para fumarse sus puros al margen de la legislación vigente. Porque ellos están por encima de todo; el puro, la copa, y el tiempo de sus trabajadores les pertenece. En Madrid y en China. Lo lamentable es que una generación joven compre la contrareacción frente a la organización solidaria de las personas, la defensa de los servicios públicos y especialmente el feminismo.

Ayuso ha intentado unificar la identidad madrileña en la de la gentuza de clase alta que no sabe lo que es trabajar o no llegar a fin de mes. Voy a intentar explicar desde mi experiencia por qué esto ha cautivado a personas de mi generación y de las siguientes.

Existen más identidades en Madrid, es evidente y voy a hablaros de la mía y muchas más. Para ello tendré que viajar un par de generaciones atrás.

Los primeros migrantes de Madrid, en los años cincuenta, encontraron trabajo y condiciones infrahumanas para la vida. Vivían en barrizales aledaños a la ciudad. Terrenos comprados por ellos mismos, donde edificaban pendientes de las «mordidas» y amenazas de serenos y guardias civiles. Edificaban, sí. Edificaban chabolas. Blancas y azules, o blancas y verdes, recordando un origen mayoritariamente extremeño y andaluz. Estas personas malvivieron y criaron a sus hijos en estos barrizales.

Sus hijos, una generación lejana en el tiempo a la represión de posguerra y más ideologizada se organizó en asociaciones de barrio en los años setenta para demandar cambios en la habitabilidad y servicios públicos frente a una política de hacinamiento en colmenas de hormigón. Hay un documental muy interesante de esta época: «La Ciudad es Nuestra». Cuentan como a veces tenían que relacionarse a «estacazos» contra funcionarios franquistas que se acercaban a sus barrios para amenazarles, o revocarles este o aquel permiso. La unión y, sobre todo, la conciencia de clase, sumado a conceptos claros como «explotación» o la confirmación de que los funcionarios y representantes públicos debían estar al servicio del pueblo, permitió que en algo más de una década barrios de la periferia contaran con alcantarillado, aceras, parques, pisos de protección oficial, etc.

Una generación más tardía, proveniente de nuevo de los pueblos, es de la que forman parte mis padres. Llegaron a un Madrid periurbano con servicios luchados, viviendas de protección oficial, y transportes. La configuración social del barrio iba enriqueciéndose con una primera inmigración internacional. Por desgracia, comenzó una fuerte desmovilización. Por un lado, porque no había una sensación general de necesidad, de condiciones flagrantes como en la etapa anterior, por otro lado por un esfuerzo mediático en el Madrid de «la movida» y, por último y relacionado con lo anterior, por el problema de la heroína que destruyó y desplazó a muchísimas personas jóvenes dentro de los ámbitos de lucha.

Yo soy hijo de esta generación. Crecí en los noventa y dos mil para mi suerte material y desgracia ideológica. Todo era una prolongación mediática del boom económico pepero y, a la vez, un fantasma de las décadas anteriores que se manifestaba en historias como «aquella vez que se quemaron los trenes de cercanías para exigir una frecuencia decente» o en la gente destrozada que seguía pinchándose en garajes.

Como hijos de migrantes, la mayoría de nosotros no fuimos educados entre los de dentro y los de fuera, y nos entendíamos, como nuestros padres y madres, a caballo entre la ciudad y los pueblos de nuestras familias. Por esto caímos en el error de creer que no teníamos identidad, que no éramos de ningún lado, en lugar de pensar que teníamos una identidad integradora. Precisamente ese error, ese «no tenemos identidad porque no bailamos chotis, y bueno da igual» ha hecho que personas mi generación y las posteriores, se hayan podido sentir amparadas en el discurso arribista de Ayuso. Personas flojas que al segundo día de acampada en Sol del primer 15M ya estaban clamando porque saliera un partido de aquellas asambleas para poner un poco de orden en ese «sin Dios». Que más tarde lloriquearon por haber sido «decepcionados» por ese partido de turno, y que hoy quieren que papá les pague una «Start up», dejarse un flequillo ridículo y que alguien aprecie las horas que ha metido en el gimnasio.

Los que nos rebelamos contra esa identidad de cañas y puro, de pronto lo vimos claro. No hemos reivindicado ni nuestra identidad, ni nuestra memoria. Ese ha sido nuestro error. Mi memoria está con las asociaciones de barrio, con los ateneos, con las personas que salen a la calle y que confundieron la humildad con la falta de identidad. No necesitamos elementos culturales que nos llenen de altivez o nostalgia, necesitamos sabernos parte de una historia de lucha en cada pueblo y en cada barrio.

Villaverde, Useras, Orcasitas o El Pozo tiene mucho más que ver con La calle Alta, La Inmobiliaria o los Castros que con el neoliberalismo salvaje.

Solo el pueblo salva al pueblo. Somos trabajadores y trabajadoras. Afíliate, organízate y lucha.

Jaime M. Toro

La imagen que ilustra el articulo está inspirada en la icónica foto de la asociación de vecinos de orcasitas de 1975 del autor @unsereno.